Tengo arena en la cabeza, que no en el pelo.
El viento arrasó con todo, también con la basura, y dejó un desierto de mucho
desinterés, pocas certezas y ninguna expectativa. Me dejó sin nada a lo que
agarrarme, lo que viene a parecerse a la idea de libertad que todos deseamos
acotar a esclavitudes que bajo el halo del sentido esconden sangre. Porque nos
encanta sangrar.
No hay luz en la noche y nos rompieron las
farolas. Oigo voces lejanas de las que me intento desconvencer, porque no me
satisfacen. Es definitivo, añoro la venda tanto como me alegro de sufrir la
iluminación del día. El valor es reconocer la cobardía propia, romper el abrazo
que no era ni mucho menos perfecto, que tenía vergüenzas que tapar.
Y gira, y gira. Y se ve que hasta baila porque
en otras orillas sigue habiendo sal. Sigo escuchando el compás, y mis pasos
siguen retando al orden respetando la armonía entre ellos. Dirijo una
manifestación de pleno, sin más integrantes que mis sombras, que ni me saludan
pese a ser vecinas. Protesto sin reivindicación; protesto por mí.
Derramo ‘saudade’ de charcos, de lejanía. Me
quiebra la proximidad y me aterra el cemento húmedo. Y el horizonte me queda a
dos metros, que ya pudieran ser más. Hasta que el compás se detenga.