lunes, 2 de enero de 2017

Y otro

Todos gritan pero nadie sabe por qué. Brindan, se abrazan, se besan. Quizás la mejor y sola respuesta sea pensar que el motivo es poder hacerlo, seguir vivos, estar unidos. Un año más, y los que vayan por los que restan para dejar de estarlo. Igual que se dice lo de que nunca la noche es más oscura como justo antes del amanecer, yo nunca escucho más ni mejor el silencio como después de un gran ruido. Me ocurre a menudo en estos días.

Pasar de año da para reflexionar en la dedicación que has otorgado a los 365 días ya caducos. Puede doler sentenciar que fueron vacuos. Aunque uno no quiera hacerlo, repasa los rostros más importantes. Y es triste que con alguno ni siquiera haya cruzado un mensaje de 'feliz año nuevo', pese a que ni me guste escribirlos por pereza. Termina impulsando el miedo al olvido, en los casos más subrayables.

¿Qué he aprendido? Es probable que mucho, y que ahora, en este momento, no sepa valorarlo. Ayer hubo ruido y hoy un silencio significativo, que me parte esquemas que creía sólidos. Nada. Me guardo alguna confesión, alguna noche, alguna sonrisa, algún engaño. Algún grito de estos en los que sientes que puedes gritar por encima de todos los demás, por encima de estadios de fútbol enteros. Pero sigo en el mismo escalón y, en el silencio, siento absurdos lo que otro día creía logros. Atisbos de una voz propia y poder, grados de madurez y una mejor interpretación del oficio más cínico de todos, que por ahora me sale más bien que mal y me hace creerme alguien siendo nadie.

Y es seguro que me sigue faltando lo más importante, porque también es lo más difícil. Que a su vez es la verdad, el conocimiento, la felicidad; un marco de causas vitales reunidas en una sola palabra. Soy yo el que más improbable lo pone, porque cada vez me gusta menos el mundo en el que vivo. La mayoría camina hacia adelante, entusiasmada, y yo lo hago hacia atrás. Cada vez más convencido, con un paso cada vez más firme. Buscando a los otros, que por ahí pululan. O no.