viernes, 29 de diciembre de 2017

Crónico

Caminamos sobre los charcos como lo hacemos sobre los recuerdos. Aparentamos pasar de puntillas pero siempre hacemos un ruido, molesto, para el oído y en nuestra conciencia. Las olas rompen en la nuca. Perdemos la carrera y cruzamos la línea, habiendo mirado. La prisa nos empuja. La compañía sobresalta.

A cierto pasado no se sobrevive porque nunca se le mata, no por inmortal sino por conveniencia. El equilibrio del presente parasita de lo que ya ocurrió.

La justificación es siempre una defensa pero el análisis acorrala. Somos cobardes aterrados de lo que está por venir. Inventamos para evadir. Anhelamos un conformismo instantáneo que nos aturda por un tiempo ojalá suficiente pero que jamás lo es. Volvemos a nuestras frases y retocamos las erratas.

El que escribe se vale de significantes volátiles. No hace nada de frío. Ojalá siempre llueva. No siempre vuelvo a casa, pero hoy sí.

jueves, 19 de octubre de 2017

Nostalgia

No miramos hacia el pasado por vértigo al futuro. Lo hacemos como arquitectos coquetos, gustosos de revisar una y otra vez lo cimientos de su obra. Admiramos cada ladrillo, con nombres y apellidos, mientra valoramos qué habría ocurrido de haber sido colocado uno o dos centímetros más retirado o próximo al corazón. Somos y seremos lo que fuimos, y aun satisfechos con el presente nos replanteamos todo lo que pudo ser y ya nunca será. Los senderos que tomamos y los que ignoramos por el camino. Las indicaciones que seguimos y las que quisimos ignorar.

La nostalgia es un ejercicio peligroso pero placentero. Trata sobre imposibles, las oportunidades a la que ya no se puede volver. Va de errores y aciertos, pero sobre todo de lo primero. Reproches a los que quizás jamás sabremos respondernos. Como la vida, el pasado trascurre entre la valentía y el miedo, la impotencia y la cobardía.

Adentrare en la nostalgia y mantenerse a flote ayuda a dormir con la conciencia tranquila. Que ya es mucho. La compasión no está tan mal.

martes, 19 de septiembre de 2017

Lecciones

Cada otoño que pasa deja una lección. Lo preocupante sería que no supiéramos leer nada. La identidad suma años y cada vez pesamos más. Madurar implica matar la inocencia y aceptar realidades ingratas. Compañías como la mentira, la hipocresía y el interés. Ajenas y propias. Algunos se niegan a dejar atrás al niño y terminan viéndose solos.

Las amistades mueren. También se transforman. Lo que ayer fue una montaña hoy es un castillo de arena. Palacios convertidos en piezas de coleccionista. Negar las evidencias es de necios. Comprenderlas y empatizar, una necesidad. Crecer es recordar y celebrar las canciones de aquel verano en el que fuiste tan estúpido. Tolerar en otros los errores que atrás también cometiste.

Vivimos en los libros; en los que leemos y en los que vamos escribiendo aunque las palabras sean de otros. Al final todo son páginas que pasamos aunque haya capítulos en los que los personajes y las historias se repitan. Los hay quienes no quieren seguir avanzando y permanecen, doblan la esquina y regresan a párrafos ya viejos. Otros pasajes se arrancan.

También existen protagonistas que vuelven cuando atrás fueron despedidos. Curan las heridas o retornan a la vida. A veces para bien y otras para mal. Todo es tan simple como saber leer las lecciones.

jueves, 20 de abril de 2017

Inabarcable

Cada vez comprendo menos, se me escapan más asuntos y me veo más estúpido. Será la madurez. Yo tampoco soy una excepción ni estoy libre de pecado. A medias como todos entre el que lo intenta y el que se resigna, el que se informa y el que vive desinformado.

Por las mañanas procuro asimilarlo todo, entender los porqués porque todo sigue una lógica, más o menos oculta. Por las noches me acuesto trastornado si no me he compadecido antes, porque un hombre sólo es un hombre aunque delire.

Somos artesanos de la vida, aspirantes a una minúscula proporción de tierra que labrar. Cada cual a sus tomates, con cariño y devoción, porque uno es singular y genuino y en sí todo un universo, dócil ante las mismas leyes ilegibles que obedecen las constelaciones.

Pobre quien se crea omnipresente, sabio y al tanto. Suya es la ansiedad, suyo el dolor. Apenas los susurros de boca a oído dicen la verdad, y tampoco todos porque cada lengua construye la suya.

martes, 18 de abril de 2017

Censura

Qué preso es quien se cose la boca. Qué resignado quien se ata al mástil y ve hundirse el barco. Todo lo que sentimos y no pronunciamos. Todo lo que percibimos y no nos atrevemos a generar.

Por miedo a consecuencias intuibles, por miedo a reflejar una imagen de debilidad que es más fuerte cuanto más nuestra sola. Cómo devastan los seres que brotan del corazón y retenemos en el estómago, encarcelados y pataleando en busca de oxígeno mientras siguen creciendo y piden la muerte.

Qué duro es asumir que no controlamos una mierda, que cada órgano hace la guerra por su puta cuenta y miran pantallas distintas. La frustración de intentar gobernarlos a todos, ponerlos de acuerdo por democracia o dictadura, a la fuerza.

Buscamos consuelos que no consuelan. Comprensión en quien no podrá comprendernos sin anestesiarnos. Sólo la muerte trae el silencio, con el olvido o con el entierro del cadáver pronunciado.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Significado

Quiero hacerme amigo del cordero y del lobo, llevarlos a cenar y besarlos en una sola boca. Leer el libro de dos autores, página par e impar en voz alta. Y si hay que marcharse, doblar la esquina en dos direcciones opuestas. Queda arena para nadar y también para ahogarse.

Oteo desde la azotea de la fugacidad, desde mi bosque sin raíces ni heridas. Cada segundo podría ser el último. Acabar en la mañana, el miércoles, o en la madrugada. Música sin letra. Un mensaje incomprensible, sin receptor, dentro de una botella en la orilla enterrada. Agua y aceite. Algo, con un significado hueco pero uno. Abocado al fuego y a convertirse en cenizas. Gustan las preguntas que no tienen respuesta. Ecuaciones improbables. Todo lo que soy y no eres. Todo lo que eres y no soy.

martes, 21 de febrero de 2017

Ambición

Lo existencial a los veintidós. La incertidumbre vitalicia de un pollo recién eclosionado que agita sus alas y salta creyendo que vuela. Los años que suenan tan largos y los calendarios que desfasan tan rápido.

La ambición respecto al nido y su zona de confort, en el rinconcito conocido o en el globo por conocer. Las apetencias cotidianas, las satisfacciones desconocidas. La tierra, que dicta, y el cielo, que sugiere. Los pies atados al suelo aunque no siempre debieran.

Las necesidades de uno, que no son las del otro. Mucho menos las de todos. Esa felicidad que todos buscamos y que no se esconde en el mismo pajar, ni a la misma distancia. Las peticiones del corazón. Las de la vocación, que no el oficio. Las del vicio. Un equilibrio imposible a toda vista, a toda comprensión, a todo raciocinio.

No son las calles, memorizadas o no. Tampoco el idioma, aprendido o no. Son los ecos, los destellos de los hechos propios y los ajenos. La conducta de los sueños. El mecanismo de la sonrisa.

lunes, 2 de enero de 2017

Y otro

Todos gritan pero nadie sabe por qué. Brindan, se abrazan, se besan. Quizás la mejor y sola respuesta sea pensar que el motivo es poder hacerlo, seguir vivos, estar unidos. Un año más, y los que vayan por los que restan para dejar de estarlo. Igual que se dice lo de que nunca la noche es más oscura como justo antes del amanecer, yo nunca escucho más ni mejor el silencio como después de un gran ruido. Me ocurre a menudo en estos días.

Pasar de año da para reflexionar en la dedicación que has otorgado a los 365 días ya caducos. Puede doler sentenciar que fueron vacuos. Aunque uno no quiera hacerlo, repasa los rostros más importantes. Y es triste que con alguno ni siquiera haya cruzado un mensaje de 'feliz año nuevo', pese a que ni me guste escribirlos por pereza. Termina impulsando el miedo al olvido, en los casos más subrayables.

¿Qué he aprendido? Es probable que mucho, y que ahora, en este momento, no sepa valorarlo. Ayer hubo ruido y hoy un silencio significativo, que me parte esquemas que creía sólidos. Nada. Me guardo alguna confesión, alguna noche, alguna sonrisa, algún engaño. Algún grito de estos en los que sientes que puedes gritar por encima de todos los demás, por encima de estadios de fútbol enteros. Pero sigo en el mismo escalón y, en el silencio, siento absurdos lo que otro día creía logros. Atisbos de una voz propia y poder, grados de madurez y una mejor interpretación del oficio más cínico de todos, que por ahora me sale más bien que mal y me hace creerme alguien siendo nadie.

Y es seguro que me sigue faltando lo más importante, porque también es lo más difícil. Que a su vez es la verdad, el conocimiento, la felicidad; un marco de causas vitales reunidas en una sola palabra. Soy yo el que más improbable lo pone, porque cada vez me gusta menos el mundo en el que vivo. La mayoría camina hacia adelante, entusiasmada, y yo lo hago hacia atrás. Cada vez más convencido, con un paso cada vez más firme. Buscando a los otros, que por ahí pululan. O no.