lunes, 21 de septiembre de 2015

La máquina y yo

Me considero alguien temeroso de Dios pero también del hombre; temeroso, en general, de aquello que desconozco o que conozco poco. De esta forma, siempre recelé de las máquinas expendedoras. Nunca estuve tranquilo en presencia de una, sumergiéndome en una intensa disputa interna entre las ganas de sacar algo y el temor a sufrir una estafa. Por suerte, mi última anécdota con ellas tiene un ganador. Y, aunque fue embarazoso, fui yo.

El escenario es la ‘cafetería’ del que ha sido mi periódico dos meses aunque yo lo he sentido así bastante más tiempo, el Ideal de Granada. Leo no vino a trabajar por lo que me dejó solo ante ella. No era café lo que el cuerpo me pedía sino comida, pues había salido el día anterior y aunque la ecuación no tenga ningún sentido al haber llenado perfectamente mi estómago tres horas antes, algo tenía que inventarme ahora que lo escribo y entonces cuando ocurrió.

Decidí extraer una bolsa de patatas fritas. Sí, a las seis de la tarde, y sí, en plena tregua personal con la mala o, si lo quieren llamar así, pésima alimentación durante mi Erasmus. Temerario. Introduje las monedas correspondientes y para mi sorpresa todo fue más fluido que el sexo en ocasiones. Con una circunstancia inesperada: la bolsa se la pegó contra el cristal y de frente en lugar de pegársela abajo, de culo y a mi alcance. Ya preparaba la coz cuando la máquina me avisó de que disponía de una nueva oportunidad sin tener que introducir moneda alguna. Como soy testarudo de cojones, repetí elección.

Aquel cristal ofrecía más resistencia al paso de la bolsa que más de un portero de discoteca francés a mi entrada a su discoteca, y no era fácil. No obstante, me percaté del avance, y haciendo gala nuevamente de cabezonería que no de paciencia, volví a marcar el 14. La bolsa siguió sin caer pero como soy un tío atento al detalle comprobé que la segunda de la fila también rozaba el precipicio. Marqué de nuevo saboreando ya la victoria sobre la máquina y cayeron no dos, sino tres bolsas.

Me descojonaba mucho pero me aplastó el ‘shock’ cuando vi que la máquina seguía sin reconocer que, no contento con haber pagado por un producto, había pagado por tres al coste de uno. Esta vez tenía un problema porque el abuso siempre tiene un precio. Saqué una chocolatina.

Cavilaba sobre cómo volver a la redacción sin parecer Lory Money por Santa Claus o por gordo cuando en un acto de indudable suficiencia, que tampoco de humildad, dejé una de las bolsas de patatas dentro de la máquina.

Regresé a mi mesa no sin apuro y ya sin ninguna sensación de ganador; aunque estoy dejando mi moral por los suelos soy persona de remordimientos. Mi desfase alimenticio no pasó desapercibido para mi compañero Pablo, que con ironía me preguntó si no comía desde el día anterior, o si no me había llevado nada a la boca directamente desde mi nacimiento. Volví a recurrir al argumento de la fiesta la noche anterior, ya sin pretender si quiera convencerme a mí mismo.

Curiosamente, Pablo fue el siguiente en salir de la redacción a la cafetería para sacar una coca cola de la máquina. No traía consigo la bolsa de patatas y tampoco había tenido tiempo humano de acabar con ella. Sin duda, entendió todo un poco mejor y cambió su opinión con respecto a mí, sin necesariamente dejar de ser mala. Pero lo supo: le había ganado a la máquina.



P.D.: Por si cabía alguna duda, no devoré toda la lista de la compra aquella tarde, aunque casi.

martes, 15 de septiembre de 2015

Steven Naismith, un escocés triste en Liverpool

Steven Naismith llegó a Goodison Park el sábado por la mañana con la decepción del que sabe que va a ser suplente. Es un futbolista veterano, del Everton, y pese a ser uno de los actores en el partido de su equipo ante el Chelsea de Mourinho aquel día, estaba triste. El estadio era una fiesta, pero él estaba triste. Los hooligans ya habían dejado la sobriedad en casa pese a ser las una de la tarde, pero Steven Naismith estaba triste.

Muhamed Bešić era, sin duda, infinitamente más feliz que nuestro protagonista escocés. Él era titular en un partido grande. Se sentía protagonista de la fiesta. Es joven y tiene mucho que demostrar. Pero llegó el minuto nueve y se rompió. Había que buscar un recambio y el español Roberto Martínez miró a su banquillo. Vio a Naismith y no se lo pensó. A sus 29 años, el escocés es un soldado que antepone su deber y esconde la rabia por dentro. Saltó al césped y hundió a José Mourinho con un hat-trick perfecto: de cabeza, con la izquierda y con la derecha. Uno de los días de su vida.

El fútbol sirve para muy poco a muchas personas pero de mucho a otras. Quien quiere verlas, encuentra lecciones. Roberto Martínez y José Mourinho llevaban una semana entera con un partido determinado en la cabeza hasta que a los nueve minutos apareció un elemento sorpresa con el que nadie contaba. Un escocés que partió las pizarras en su cráneo rapado, acuciado por la calvicie. Un héroe insospechado, ni tan siquiera por él mismo, que probablemente pensaba en muchas otras cosas que no eran el partido.

Tras el partido, Steven Naismith reconoció a la prensa inglesa que durante el último verano había pensado en dejar el club tras tres años en el club por las escasas oportunidades que veía de colarse en el once de 'Bob' Martínez. El sábado Naismith llegaba triste a Goodison Park; dos horas más tarde, era el puto amo de Liverpool.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Ça fait une année que...

El 4 de septiembre de hace un año ponía rumbo a la mejor decisión que he tomado en mi vida. Ponía rumbo a la ciudad que me cambió la vida, a mí y a la gente que me ayudó a cambiarla. Rennes, esa pintoresca ciudad de la Bretaña francesa, ha marcado un antes y un después indiscutible para todos. Sólo un episodio fatal podría igualar su trascendencia; la felicidad es inigualable. La felicidad fue aquello.

Para mí hacer el Erasmus no fue un sueño ni una meta. Fue un paso necesario en el camino marcado por mis padres. Quizás por eso nunca me terminé de convencer de mi partida. Tuve dudas, porque al contrario de muchos lo mío no fue tanto la ilusión de la partida sino una especie de ‘mili’. Pensé en rajarme y menos mal que no lo hice. Ha sido la experiencia más maravillosa de mi vida.

Hoy hace un año que dejé de tener miedo; embarqué y me dije que en mi vida tenía que tener entereza. Me endurecí ante el temor pero dejé el corazón abierto. Por fortuna, encontré gente que escuchó música dentro y se acercó.

Extraño Rennes y sus días grises, porque allí el sol estaba en las personas y no en el cielo. Extraño a los franceses porque escuchando su lengua conocí el amor más auténtico, el valor de la amistad.

Extraño la que fue mi residencia porque me permitió tener a solamente una planta de distancia, sencillamente bajar unas escaleras, a la persona más especial que Argentina ha dado al mundo. Extraño sus brazos siempre abiertos, y su sonrisa. Ahora sé lo que es querer a un continente de distancia, y eso es fascinante.

Extraño mi habitación de nueve metros cuadrados porque no hace falta más espacio para rodearte de tu felicidad, borracho de endorfinas, apretadito y gozoso como un niño al que dan el pecho. No se necesita más si fuera de esas cuatro paredes lo tienes todo.

Extraño a mi gente. Pero más poderosa que la melancolía es saber que los tendré siempre conmigo. Lágrimas de luz en un arroyo.

Hoy, vuelvo a estar en casa hasta próximo aviso. No puedo decir que me haya abandonado la sonrisa. Puedo amanecer y besar a mi madre; el mejor hábito que he tomado en mi vida. Rennes fue un sueño real, un tatuaje que todos llevamos en el alma.

El 4 de septiembre será siempre una fecha marcada en rojo en el calendario.  Pero nunca se tratará de recordar lo que comenzó entonces. Se tratará de seguir viviéndolo, de volver a darnos cuenta de que sigue vivo, porque nunca dejará de acompañarnos.


Granada es la ciudad de mi vida; Rennes, la de mi corazón.


Aujourd'hui, ça fait une année que je suis parti à Rennes.

jueves, 3 de septiembre de 2015

1.

Inauguro un espacio nuevo porque ya no soy quien era. Soy una persona nueva y tengo una visión de las cosas renovada e incoherente con la que he venido mostrando años atrás. Las personas morimos y volvemos a nacer constantemente.

Aquí nace una libreta.