lunes, 23 de mayo de 2016

Tampoco

Ese polvo de cajón olvidado que se te queda en los dedos, esa película que sabes cómo acaba porque ya la viviste. ¿Qué planta riegas cuando de tus cenizas prende un fuego nuevo? Si en esta orilla no hay sombra porque nada crece.

Ajenas, por ignorancia, voluntad o miedo, a las murallas del desierto y los oasis que esconden. Golpearse el pecho es una opción. Reírse es otra. Esta vez tampoco.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Sin gas

El gas murió como tantas otras veces, sin llegar a prender nada. Tuvimos que tirar entero el librillo, con tantas páginas por escribir... Pero no todo el que nace debe aprender a vivir, ni hacerlo siquiera.

Caía por su propio peso al someterse al mero razonamiento, pero qué es el amor sino todo lo contrario. Llegó a tener un sentido, un cuadro, un horizonte. Intuía un universo por descubrir aun sorteando zanjas de las que no quería saber nada. Esperando cambios de forma egoísta. Ocultándome la realidad por miedo como hacen los cobardes. Por el miedo a romper la foto. Por la sola foto.

Es un final recurrente, este, y despierta interrogantes que inquietan, sobre si el problemático es el individuo o el entorno. Sobre si estará justificado, sobre si está en lo correcto. Sobre si los pasos llevan a algún lado, sobre si los zapatos son los suyos.

Y en el fondo se siente como un alivio. Como siempre se ha sentido el reencuentro con el silencio, con la falta de compromiso. El ave tiende a huir del suelo.

lunes, 2 de mayo de 2016

Cinco minutos

Entraste en la casa como una golondrina que se cuela por la ventana y no pregunta por la puerta. Percibiste un corazón quemado que se reconstruía y jugaba a llevar la contraria al viento en el que tú gustabas de mecerte. Te gustó cómo te pensaba, cómo te recreaba.

Te esmeraste en pintar con tus colores las paredes del salón, de la cocina y del dormitorio. No te limitaste a dejarte caer por todo;  te dejaste quedar. Cantabas. Y con aquella misma sensación de fugacidad hiciste días, sumaste semanas, contaste kilómetros, terminales y hasta mares de distancia. Todo, con todo fresco todavía.

Como la llama del mechero que prende, se apaga y vuelve a prender; es tu naturaleza y ningún hogar va a cambiarte. Juras que la ilusión contagia tus alas apáticas, y que quieres soñar alto. Yo, que te llamé golondrina por llamarte algo sin saber aún qué eres exactamente, me sumo a ese sueño que se alza alto. Aunque sea por salir de la estratosfera, por turismo.

Todavía no sé cómo te late el corazón, ni a donde vamos en concreto. Pero me gusta el camino, me gusta la música del trayecto. Te me vas pintando y te voy conociendo, reconociendo, identificándote las pecas, los lunares, las heridas y los defectos. Sé que tú también me miras, que me mides los pasos y la sombra.


Y, al menos yo, siempre pendiente del mechero.