lunes, 26 de octubre de 2015

Quizás culpable

Le preguntan que cómo está, que si sigue siendo el mismo, que si el mar le ha hecho volver a los viejos vicios. Responde que está bien, que la lluvia aún lo protege. Que aún recuerda el sonido de los charcos.

No se achanta, lo tiene claro. Tan tranquilo y tan estable, y a la vez tan perdido. La paz sólo trajo incertidumbre, y la Tierra no es plana. A veces piensa en arriesgarse, en levantar la vista del papel y jugar con los cuchillos. A veces se topa con espejos del pasado, que excitan y atemorizan al mismo tiempo.

Entre susurros confiesa que a veces se queda esperando, que deja luces o velas encendidas por si tocan a la puerta. Luego saca la balanza, pesa la carne y comprueba que no compensa. Pulsa el interruptor, sopla, y se bebe toda la botella de vino. Le sobra un vaso.

Se acuesta y duerme tranquilo. Sabe que quien lo quiere no lo aparca en el olvido.

martes, 20 de octubre de 2015

A tomar por culo la trascendencia

Es una putada obsesionarse con la trascendencia. Sobre todo porque no existe, y la que creemos que existe siempre es subjetiva y depende del ombligo.

Se dan muchas formas de buscarla. Una de ellas, la más dolorosa, es autoflagelarse con pasión en el amor no correspondido como si fuera una hazaña, una insistencia épica que se reviste de convencimiento señalado por los astros pero que en resumidas cuentas es todo invención. No tiene sentido.

La transcendencia tiene lugar también en lo laboral, con la eterna insatisfacción que acarrea el que siente que su oficio es vulgar, insignificante y que para colmo podría desempeñarlo de igual forma o mejor si cabe cualquier otro mientras él, en un ejercicio de egolatría encomiable, se castiga reflexionando sobre todo lo que tiene que aportar a la sociedad de su tiempo.

Pura mierda.

Yo creí estar en camino de la autorealización cuando estaba enfadado con el mundo, escondido en una esquina como un púgil que no baja los puños ni cuando tiene la toalla sobre los hombros. Me creía dueño de una perspectiva que otros no tenían, y mi incomprensión no me llevaba a otro lugar que a la esquina, al autorefugio y al candado.

Supongo que es síntoma de madurez el darnos cuenta de lo absurdo de las cosas que hacemos o que si quiera nos pasan por la cabeza. Aquí ninguno hemos venido a cambiar el mundo más allá de intentar hacer mejor la parcelita que se nos asigna al despertar en la mañana. Aquí somos los más putos amos cuando hacemos lo que más nos gusta y menos esfuerzo nos supone si nos permite vivir de ello.


Somos más felices cuando nos quieren y nos dejan querer. A tomar por culo la trascendencia.