jueves, 26 de noviembre de 2015

El primer día

En el primer día del resto de su nueva vida, uno no puede evitar sentirse solo.

Al final, uno ha de dar las gracias por la hostia. Tocaba darse cuenta, pasar página, quemar las cartas. Tal era la frustración de mi existencia por no encontrar canal para comunicarse conmigo, tan absorto en mi ensoñación, que buscó la manera más ruin de explicarme la partida. Me llenó de fuego días del calendario en los que yo dormí la siesta, plácido. Dio razón a los silencios, dio razón a la carencia de correspondencia en el cariño. Dio razón al vacío. Medio año de puro embuste.

Vacilas, flaqueas. Te cuesta apoyar el pie. Es duro despertar y no ver sobre la mesa a piezas que te han sostenido al sufrir, que le han dado sentido a tantas cosas. Que dibujan sonrisas a la memoria. Es duro desprenderse de alguien sin haberlo dejado nunca de querer. Más duro es saber que tanto, tanto, no te han querido.

El primer día del resto de su nueva vida, uno se siente solo y flaquea, pero en el horizonte otea, fea, una nueva y puta vida entera.

Lo peor de que te decepcionen es pensar que un día esperaste algo.
Lo peor de que te traicionen es pensar que, mientras la traición se gestaba, tú seguías dando.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Era tanta la calma

Era tanta la calma, tanto el aburrimiento, que se sentó en el porche y comenzó a recordar la guerra entre susurros, tomando la botella como nieto para las batallitas.

Ella era la razón”, concluía. El cuerpo, la identidad, una excusa. Inventó una historia tan perfecta, tan cargada de épica y de drama y de dolor, que no pudo evitar enamorarse de ella, y hacerlo locamente. El error que lo condenó residía, básicamente, en que la historia, obviamente, surgía de su imaginación.

Sin quererlo, entró en una guerra de cruel que arrasó parte de su ser. El camino estaba lleno de cristales, pero era el camino. Tenía una razón por la que caminar, por la que soportar las esquirlas. Tan poderosa era esa razón de vivir, esa razón de sufrir, que no quiso reconocer que todo partía de una ficción. Que se estaba engañando.

Cuando quiso darse cuenta, seguía a tiempo. Abrió un agujero en lo que ya era un túnel y comenzó a atisbar la luz. Había un futuro, real, palpable, alcanzable a los sentidos.
En ello estaba cuando se percató de la calma. Ese mundo le era desconocido. Todo, entonces, se tiñó de negro.


Era tanta la calma, que la tormenta se estaba gestando.