jueves, 26 de diciembre de 2019

Cuando no sé quién soy


Cuando no sé quién soy dejo de creerme. Me abandono a la incertidumbre, a la levedad del ser no-ser, me convierto en sombra. Se apagan las luces y pierdo el norte, me desoriento, dudo de palabras elementales, del habla y del número de dedos en mis manos.

Cuando no sé quién soy pierdo la referencia. Busco respuestas en la nada, en espejos rotos, interrogo a los desconocidos que me cruzo por la calle. Me obsesionan las preguntas que siempre me hice, las que ya contesté y a veces pierdo.

Cuando no sé quién soy me invade la tristeza. Las motivaciones dejan de tener sentido, me dejo ir. Me ahogo en un vaso de agua y olvido que hago pie. Emergen fantasmas susurrantes con la cara de mis miedos, me arquean las cejas y bajan mi mentón hasta el suelo.

Cuando no sé quién soy me cuesta recordar que soy maravilloso.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Monstruos


Hay un monstruo ahí fuera, ahí dentro, que sigue diciéndome lo que tengo que hacer incluso en los momentos felices. Cómo comportarme, cómo reaccionar, cómo interpretar, cómo emocionarme. Cómo, en fin, vivir.

Hay un monstruo ahí dentro que, incluso en la felicidad, me castiga. Que me insulta si el renglón sale torcido –torcido lo ve él-, que insiste en cambiarme bajo un pretexto tan presunta como absurdamente lógico. Que dice mirar por mí sin mirarme. Que no me deja, no ya equivocarme, sino ser.

Hay un monstruo ahí, aquí, qué más da, y sin embargo estoy viviendo. Cogí una paleta de colores y puse todo lo oscuro perdido de vida. Por primera vez en mucho tiempo, en muchos años. Desordenadamente, despreocupadamente, sin miramientos ni complejos. Con alegría, con entusiasmo. Y sin miedo.

Hay un monstruo que yace indiferente porque ya no, porque ya le demostraron que no siempre tiene razón, que la vida no son matemáticas y que a veces hay que creer en uno mismo. Que las casualidades no existen, y que todo ocurre cuando uno se convence.

Ahora el único que está soy yo.

Y soy feliz.

jueves, 3 de octubre de 2019

Despedir septiembre


Se despide septiembre con un aura de tristeza y nostalgia otoñal como la estación que abre. Siento una predilección inexplicable por el que me parece el mes más particular de todo el año, mes bisagra por muchos solamente reconocido como el que pone fin al periodo vacacional, de abandono de la rutina y de quien uno mismo es a gusto o a disgusto. Siempre que vuelve septiembre siento una llamada como para volver a algún sitio que ya quedó atrás. Le asocio todavía un sabor a infancia, tierno, como si las sirenas de los colegios me siguiesen invitando al aula.

Cuando es septiembre siento que no estoy donde debo, que alguien me espera en algún lugar desconocido. Quizás sea ese niño que una vez fuimos y que todos guardamos dentro, a veces sin reconciliar. Caerán las hojas de los árboles y pisotearemos charcos con la mirada rasa bajo el paraguas y el sol oculto entre las nubes. Tiene algo de nuevo capítulo, de libro nuevo, de hoguera y propósitos como los que se hacen por Nochevieja, aunque el cambio de año deje todo como estaba.

Nunca sentí que fuese una persona diferente al cambiar de calendario anual. Siempre sentí la llamada de quien ya no era cuando despedía septiembre.