jueves, 19 de noviembre de 2015

Era tanta la calma

Era tanta la calma, tanto el aburrimiento, que se sentó en el porche y comenzó a recordar la guerra entre susurros, tomando la botella como nieto para las batallitas.

Ella era la razón”, concluía. El cuerpo, la identidad, una excusa. Inventó una historia tan perfecta, tan cargada de épica y de drama y de dolor, que no pudo evitar enamorarse de ella, y hacerlo locamente. El error que lo condenó residía, básicamente, en que la historia, obviamente, surgía de su imaginación.

Sin quererlo, entró en una guerra de cruel que arrasó parte de su ser. El camino estaba lleno de cristales, pero era el camino. Tenía una razón por la que caminar, por la que soportar las esquirlas. Tan poderosa era esa razón de vivir, esa razón de sufrir, que no quiso reconocer que todo partía de una ficción. Que se estaba engañando.

Cuando quiso darse cuenta, seguía a tiempo. Abrió un agujero en lo que ya era un túnel y comenzó a atisbar la luz. Había un futuro, real, palpable, alcanzable a los sentidos.
En ello estaba cuando se percató de la calma. Ese mundo le era desconocido. Todo, entonces, se tiñó de negro.


Era tanta la calma, que la tormenta se estaba gestando.

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