Se despide septiembre con un aura de tristeza y nostalgia
otoñal como la estación que abre. Siento una predilección inexplicable por el
que me parece el mes más particular de todo el año, mes bisagra por muchos
solamente reconocido como el que pone fin al periodo vacacional, de abandono de
la rutina y de quien uno mismo es a gusto o a disgusto. Siempre que vuelve
septiembre siento una llamada como para volver a algún sitio que ya quedó atrás.
Le asocio todavía un sabor a infancia, tierno, como si las sirenas de los
colegios me siguiesen invitando al aula.
Cuando es septiembre siento que no estoy donde debo, que
alguien me espera en algún lugar desconocido. Quizás sea ese niño que una vez
fuimos y que todos guardamos dentro, a veces sin reconciliar. Caerán las hojas
de los árboles y pisotearemos charcos con la mirada rasa bajo el paraguas y el
sol oculto entre las nubes. Tiene algo de nuevo capítulo, de libro nuevo, de
hoguera y propósitos como los que se hacen por Nochevieja, aunque el cambio de
año deje todo como estaba.
Nunca sentí que fuese una persona diferente al cambiar de
calendario anual. Siempre sentí la llamada de quien ya no era cuando despedía
septiembre.
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